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viernes, 8 de marzo de 2013

Una mujer rara


domingo, 3 de marzo de 2013

Una mujer rara


El gesto adusto como de amargura con el que se encontraba a diario, no se correspondía con el saludo amable y la sonrisa franca que le regalaba al cruzarse todas las mañanas. Antes de llegar a la siguiente bocacalle, ya había olvidado lo rara que siempre le parecía la mujer.

Fue un impulso repentino (como por otra parte son los impulsos) lo que le hizo cambiar de acera y dar un giro de 180º para seguirla o más bien observarla sin ser visto.

            ¿En que o quién estaría pensando? Lo que fuera le producía abatimiento, ha juzgar por  la cabeza gacha y los hombros hundidos.

 

 

Aunque no podía oír, ni ver con precisión su cara, si podía adivinar las breves conversaciones que mantenía con todos los que se paro a lo largo de la avenida.

El movimiento de la mano, de derecha a izquierda para acabar en su espalda, dirigida a los niños. A los jubilados les tocaba el brazo e inclinaba la cabeza como si fuera dura de oído, como si tuviera todo el tiempo que ellos quisieran para escuchar sus achaques, por que era eso de lo que le hablan a juzgar por los ademanes de estos.

También se cruzo con personas de mediana edad como él, a los que llevaban un paso rápido,  saludo corto y sonrisa, los de paso lento, saludo largo y mueca.

 

Quizás, solo fueran  imaginaciones suyas, pero era como si se metiera en la mochila que llevaba a la espalda, la vida de todos con los se cruzaba. En función de lo que iba introduciendo así era expresión posterior.

 En ese momento la  vio como un camaleón, su mimetismo era tal que en cuestión de segundos, podía pasar de una alegría desbordante a la tristeza más amarga.

 

Ahora que estaba en el paro, ya tenía una excusa, para levantarse todos los días a la misma hora y hacer el mismo recorrido.

No seré yo quien meta una carga más en su mochila, pero si contribuiré a que esparza esa sonrisa.

 

 

Definitivamente era una mujer rara.