“Cara de perro apaleado”
Coincido en el ascensor con una vecina y su perro. Un can enorme de cara
triste, asustadizo, comento a la chica que ha debido ser un perro maltratado,
ella asiente y cuando voy a acariciarlo, me dice que mejor no lo haga, para él
supone “un sufrimiento cualquier tipo
de acercamiento con desconocidos y añade que espera que poco a poco vaya superando esos miedos. Solo me atrevo a dedicarle
unas cuantas palabras cariñosas, mientras el
can me mira de reojo, rehuyendo todo contacto, incluso el visual.
El paseo matutino empieza con un regusto
agrio, ¡ Que le habrán hecho al pobre perro!.
En el parque más cercano a mi casa,
coincido con otro vecino, este no tiene un perro, tiene tres, cuando me
aproximo a saludarlo, por orden se me acercan para olerme, los perros se entiende,
y cuando me tienen identificada, celosones ellos se disputan mis caricias. El
regusto agrio con el que comencé el paseo se transforma en una dulce sensación,
tanta, que le pregunto al vecino si el come calabacín, cuando me responde afirmativamente,
abro mi mochila y le regalo un calabacín que a la vez me regalo un amigo que
tiene un huerto.
M… se quedó ojiplático, (pero el bien que se guardó el calabacín) y yo voy
aumentando mi fama de mujer estrafalaria. Así que, si me veis paseando con mi
mochila, no me preguntéis, que llevo en ella. Sed buenos, porque de mi mochila
puedo sacar cualquier cosa, un calabacín o una retahíla de palabras o en el
peor de los casos una porra con que atizaros en la mollera.
Aquí van un montón de fotos en un paseo
en un día normal, y todo lo voy guardando en mi retina, me temo que más veces
voy a tener que sacar palabras y porras de la mochila, que calabacines.