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lunes, 26 de abril de 2021

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Tienen  muy mala prensa el pájaro- los pájaros ( es una pareja) que todas las tardes se pasean por mi terraza, y digo bien cuando digo pasear, pues se mueven por el suelo a saltitos, picoteando las migas del mantel que he sacudido hace un rato, como si fueran animales terrestres y no animales voladores que es lo que son en realidad. Y luego me  miran  tras el cristal, no sé muy bien si reclamando más comida o acaso simplemente agradeciéndome con su compañía las escasas migajas que a mi me sobran. Y tendrán mala prensa, pero a mi nunca me han hecho ningún mal y además me hacen compañía.

De Menas, Meonas y otras cosas.


Hay razones de peso y  de dinero, si también tiene esto que ver con el “vil metal” y porque no decirlo de viejos fantasmas del pasado, que como antaño me siguen dando mucho miedo.  De ahí que hoy salga del “armario” y desvele un secreto que solo conocen mis más allegados. A mi este hecho que hoy voy a desvelar, dejo de avergonzarme hace ya mucho tiempo y si lo traigo a colación es porque las cosas están como están. El panorama político es un continuo disparate  y algunos  pretenden volver a un pasado  en el que a muchos inocentes  nos las hicieron pasar canutas. Y por último y para cerrar este preámbulo, si existe la más ínfima posibilidad de que lo que dicen esos carteles sea cierto, mi pensión de jubilación se vería multiplicada por cuatro. Porque si, yo también soy  una MENA-MEONA

 Aquí va mi historia…

Yo me hice pis en la cama hasta los doce años.  La vergüenza y el miedo que pasaba cuando despertaba empapada  de mis propias aguas ( las regañinas de mi madre eran monumentales, < no teníamos lavadora> y el lavar unas sabanas extra  a mano ,ya  os podéis imaginar la gracia que le hacía a mi señora madre. Si a eso le añadimos como ella decía  que iba a pudrir el colchón, se puede justificar perfectamente la bronca que mi madre me endiñaba.

Pero esa vergüenza y miedo no fue nada comparado  con la angustia y  miedo que pase los tres años siguientes después de cumplir los doce años.

Me internaron  en un colegio de Auxilio Social  (no porque me meara en la cama). Las razones y circunstancias de mi internamiento fueron otras, en  las que no voy a entrar ahora, porque no vienen a cuento o  al menos no  en este cuento.

 Mis padres, fueron padres amorosos, nunca fueron crueles ni maltrataron a ningún de los hermanos. Si bien  algún azote  en el culo y zapatillazo  si que nos cayo cuando hacíamos alguna trastada o nos peleábamos entre nosotros, esto último  era lo que a mi madre mas le sacaba de quicio. Con su  zapatilla sobre nuestras posaderas y marcando el compás como si de un tambor se tratara nos decía: No hay nada mas feo ni peor que los hermanos se peguen entre ellos y añadía: Los hermanos  deben quererse, apoyarse  y respetarse en todas las circunstancias de la vida por difíciles que estas sean. Con los años comprendí que la guerra fratricida que aconteció siendo  ella  una niña, debió de marcarla mucho y de ahí que no quisiera que se repitiera esa tragedia. Por seguir un poco  o un mucho, con la filosofía y vivencias  pre-internamiento, continuo… La amenaza  de que si llegábamos a cometer alguna trastada que rozara el delito, en palabras de mi madre: No me van a doler prendas en meteros en un correccional para que os metan en vereda.: Mi madre era muy de  refranes, frases hechas y sentencias y ya que me he desviado un poco del tema de las meadas aprovecho para  recordar algunas,  que no sé porque razón se me vienen ahora a la cabeza, aunque tal vez  si  sé porque las recuerdo:  Están tan de actualidad que… “Antes se coge  a un mentiroso que aún cojo” “Piensa el ladrón que todos son de su condición” Y por último la sentencia “Si os pillo robando os corto las manos”. Si me he extendido en lo anteriormente expuesto es para señalar, que en mi casa, como en el resto de las casas de mis compañeras de internado, se nos había educado, en: la sinceridad,  en la honradez, en el respeto a los demás. Vamos que nuestros padres no eran narcotraficantes, ni delincuentes de ningún tipo, eran-son gente de bien, y si algún delito se les pudiera- se les puede imputar es no tener los suficientes recursos para mantener a los hijos en el hogar familiar.

 Continuo hablando del internado…Con la llegada de la democracia pasó a depender de la Diputación Provincial de Madrid una vez extinto el Auxilio Social, para una vez desaparecida la Diputación Provincial, sus competencias pasaran a la Comunidad  de Madrid competencias que sigue teniendo, esta nuestra Comunidad.  El lugar donde se ubica sigue siendo el mismo,  en el barrio de Hortaleza y creo que el propósito del centro es el mismo, aunque ahora hay también hay varones. <Si me extiendo a la hora de aportar datos  es para que se tenga claro que este relato no es producto de mi imaginación>. Esto esta basado en hechos vividos por mí. Podría aportar la experiencia de ir con Sor Emérita,  la encargada de las compras en aquella época,  al mercado de Legazpi  y  verla regatear con los fruteros  mayoristas y quejarse de la asignación tan escueta  que tenía por niña y  los encajes de bolillos que había que hacer para darnos de comer y vestirnos.

Prosigo: En el Isabel Clara Eugenia,< no sé si se  sigue llamando así> estábamos internas, niñas pobres de necesidad o de pedir, por usar una expresión que se utilizaba antes, o por utilizar una expresión que se utiliza ahora en riesgo de pobreza extrema  y o  desamparo.  Niñas que o no teníamos familia, o esta no se podía hacer cargo de nosotras. Y el único delito que habíamos cometido ( excepto las meonas claro) era ser pobres. Aunque algunos vecinos de Hortaleza nos veían como “carne  de correccional” o “chicas echadas a perder” ¿ Os suena esto verdad?. <Todavía hay individuos a los que los pobres les damos miedo>. No voy a dar mas detalles pues esto se alargaría demasiado.

Voy terminando con… El trato  que se les daba a las meonas,*  yo afortunadamente no me mee en la  en la cama en los tres cursos que pase allí, pero el miedo a despertar mojada  lo tuve durante cada uno de los días de los tres años que allí pasé. Por nada del mundo quería pasar por el suplicio que pasaron ellas. Ni las chivatas, ni las guarras, lo peor de lo peor eran las meonas. Se les obligaba a ir todo el día con la sabana colgada como si fuera un Sambenito para que cumplieran penitencia por su "pecado”  y  sufrieran el escarnio de todo el internado,  monjas, alumnas y  una servidora incluida…**.

No sé quien dijo: “el silencio te hace cómplice”, pues bien,  yo fui cómplice de un delito durante tres años, de escarnio, discriminación y vejación para con algunas de mis iguales.

Hoy como buena Meona-Mena, me mojo.

 ¡Basta ya de mentir!.¡ Basta ya! de criminalizar a inocentes, a los que por otra parte tenemos- debemos la obligación legal y moral de cuidar y proteger.

Y basta de una puñetera vez de sembrar odio, porque eso se puede volver contra vosotros.Yo sin ir mas lejos os tengo una tirria que no os podéis imaginar.

*Hasta el día de hoy  ni mis compañeras de internado, ni las monjas eran conocedoras de mi secreto

**La primera vez que vi a una meona con la sabana a cuestas le pregunte a una compañera la razón de que llevara la sabana a modo de capa  y la respuesta fue:  Es una meona, ( a mi me sonó a: es Jack el destripador) y añadió no vayas  con ella.