Sucedió, me sucedió un día, una noche para ser más exacta y acotar
mejor en el tiempo los recuerdos, entre el año 1984 al 1988, el año exacto no
lo recuerdo; pero si que era jueves, y me acuerdo, porque; Todos los jueves acudía – en el centro de
Madrid- a una asociación a la que pertenecía,
proyectaban una película, el cine forum de toda la vida, o una conferencia o cualquier otro acto de índole
cultural, acabado el acto un grupo reducido de amigos, alargábamos la velada e íbamos a cenar.
A finales del año 83 traslade mi domicilio a Móstoles,
abandonando mi barrio de toda la vida -San Blas- pero continuaba trabajando y haciendo mi vida social en Madrid.
El transporte público durante el
día funcionaba más o menos bien, de una
localidad a la otra, pero a partir de
las once o doce de la noche, lo único que funcionaba creo recordar cada
hora era la camioneta* La Blasa” eso sí, solo hasta el centro
de Móstoles.
Yo me había traslado de la
periferia de Madrid a la periferia de Móstoles, con lo que los jueves, si se alargaba la velada, debía buscarme acomodo en
Madrid, ya que el descampado* que
debía cruzar desde donde me dejaba “la Blasa” a mi domicilio, como buen descampado
era largo y oscuro, no voy a contar el
yuyu que me daba.
Ya me estoy acercando, al
desenlace, tranquilos seguir leyendo.
Mis amigos Pedro y Marisa habían
establecido su domicilio conyugal a pocas calles de lo que había sido mi casa de toda la vida, en San Blas, y muy cerca de
la salida del metro, por lo que muchos jueves, me preparaban en su nido, una cama nido* y me daban como a mi me
gustaba decir “asilo político”.
Ya, lo cuento: jueves alrededor de las
once de la noche más o menos, salgo del metro, junto con un grupo reducido de
personas, detrás de mi camina un hombre,
me pongo un poco nerviosa,
intento tranquilizarme, pensando que cuando llegue a la esquina él tomará una dirección distinta a la mía, craso
error, al doblar la esquina sigo oyendo
sus pisadas tras de mi, acelero el paso a la vez que mi cabeza, pensando que
mucha gente vive en la misma dirección a la que me dirijo, y
que deberé asustarme si el tipo entra a la misma calle a la que yo voy; claro
que me asuste, no solo se metió por la misma calle sino que entro tras de mi en
el portal, yo aguante sin echar a correr ni gritar hasta la primera planta, a partir de ahí todo fueron carreras y alaridos, cual Vilma en los picapiedras ¡PEDROOO! hasta llegar a la cuarto piso y aporrear la puerta, cual Pedro en la famosa serie.
Creo que no tardarón más de dos segundos en
abrirla y contemplar mi rostro de cera.
Aclaraciones: el tipo en cuestión
era un vecino como -me explicaron mis
amigos- que vivía en el segundo piso y que era un poco raro, pero ni violador, ni delincuente,
ni nada parecido.
Moraleja o reflexiones: Después de tantos años en los que han desaparecido las camionetas, los descampados, las camas nido, ¿Cómo es
posible? que sigamos teniendo miedo
cuando caminamos solas por la noche y
escuchamos pasos de hombre tras nosotras.
Todavía falta dar los pasos en la dirección correcta, para que el cincuenta y cinco por ciento de la
población pueda caminar sin miedo.
* Palabras en desuso.
* Palabras en desuso.