Una vez terminado mi primer curso en la Escuela Municipal de Adultos, con aprovechamiento desigual por mi parte en las dos materias a las que tuve acceso, y buscando una excusa para colgar el texto que fué ganador en el concurso que organizaba la asociación de antiguas alumnas de dicha escuela, en este mi blog ( una tiene su ego como todo hijo de vecino).
Quiero mencionar a mi clase de Inglés, ( sobre todo para que me lean ¡Ay! el dichoso ego) como ejemplo a seguir:
Por supuesto que se hizo un grupo de guasap, pero a diferencia de la mayoria de estos grupos, no fué para reenviar fotos de gatitos o ( kitten) o los miles de de enlaces que acostumbramos a mandar sin ton si son. Nosotros lo usamos ( que no abusamos) para enviarnos los deberes, echarnos una mano con ellos y también como no, unas risas. Si bien es cierto que alguna pesada los mandaba a horas tempranas de la siesta o a horas tardías de la noche, pero se solucionaba rápido, cuando el más PINTADO, nos mandaba a todos a la cama.
Acabo: cuando te toca en suerte un grupo: respetuoso, amable, solidario y divertido, las ganas de seguir en dicho grupo y aprendiendo continuan, así que:
Thanks y nos vemos en septiembre.
Puedo
escribir los versos más tristes esta noche…
No, no es mío el verso y además Neruda no se
encuentra entre los poetas que más me gustan, pero cada vez que borraba lo ya escrito, aparecía el “dichoso” verso. En
realidad lo que yo quería contar fue lo ocurrido la mañana del domingo pasado, ahí va…
Animada
y un poco presionada por mis compañeros de la escuela de adultos y algún que
otro amigo, me decidí presentar un relato a este concurso. La verdad es que el
lema “Los derechos fundamentales en el día a día” no me inspiraban nada; pero
me dije: El derecho a la salud es fundamental, sal a dar un paseo que te estás poniendo como una
foca, y mientras seguro que se te ocurre algo. Así que sin muchas ganas, bajé a
la calle, cuando apenas llevaba caminado diez minutos ya estaba aburrida que no
cansada, para motivarme, me propuse que si llegaba a la churrería más alejada de mi domicilio me compraría un
par de porras, aplicando la teoría de esfuerzo y recompensa…
Claro que llegue, e incluso sobrepase el
local “rico en colesterol”. Podía haber variado la ruta de regreso y esquivado la tentación, ¡pero
que leches! la carne es débil y fofa, así
que entré y como me daba un poco de vergüenza pedir solo dos porras, compré
tres pensando dejar una para la merienda.
La vuelta a casa fue toda una Odisea en el
sentido más clásico de la palabra; me cruce con innumerables vecinos y
conocidos todos con su equipación
anticolesterol, zapatillas de deporte, camisetas fluorescentes, y cascos,
no de caballos, sino de escuchar, y yo
ocultando como buenamente podía la bolsa
“churreando” de grasa que portaba en la
mano.
Cuando llegue a casa me sentí relativamente
satisfecha… hasta que abrí la bolsa; Habían puesto una porra de más. Derechos fundamentales y una porra.