Me eché a la
calle, rehuyendo los contenedores de basura, los arrabales y cualquier espacio
que pudiera propiciar encontrarme con alguno de los disparates habituales que
suelen salirme al paso. Como precaución adicional metí el teléfono al fondo de
la mochila para no ceder a la tentación de… Para mostraros que mi propósito de
enmienda iba en serio, incluso metí en el bolso un libro, más adelante
explicaré esto, ¡que leches! lo explico ahora: Soy incapaz de montar en ningún
medio de transporte, sea por tierra, mar o aire sin algo para leer, me sucede lo
mismo cuando me acuesto, es como si montara desnuda o si me acostara vestida,
según el caso, decía que llevaba el libro por si el impulso de tomar una foto
se hacía irrefrenable, tomaría el medio de transporte más cercano.
Una de las ventajas de ser mayor es esa
tarjeta de transporte gratuito que aparte de ahorrarnos un dinerito, nos libra
de la tarea engorrosa, muy engorrosa de adquirir un “título” de transporte esporádico
e individual. Las máquinas para comprar billetes son complicadas, muy
complicadas, si antes no has perdido
– el tren o metro- además de media hora
entender que requisitos te piden además de dinero, en cuanto a las taquillas
con “personas humanas” en el caso de que estén abiertas son escasas y por lo
tanto lentas, - si no fuera por no tener ya la agilidad y celeridad suficiente para saltar
el torniquete y esquivar al guardia jurado dispuesto hacerte un “placaje”, y que por
ende llevo mi tarjeta de viaje, más de
una vez me hubiera colado-. Hablo de la estación de Atocha (aunque pasa en muchas
otras estaciones) que no es precisamente un apeadero o una estacioncilla de cualquier
villorrio y hablo desde la propia experiencia y espera de media hora de reloj
en más de una ocasión.
¡Ale! Ya me he
ido por las ramas. Este es el inconveniente de querer escribir sin apoyarte en imágenes.
Continuo:
Tomé por la calle Cánovas del Castillo, precisamente el día del debate en las
Cortes de la investidura a la presidencia del Gobierno y me dije: no vayas por
ahí Pura que te metes en un jardín, así que cambié de rumbo y en ese preciso
instante se me cruzo un ratoncillo cojo y no sé si fue por el tamaño del roedor
o por la cojera, no solo, no me dio ni miedo ni asco, que es lo que me suele
dar, sino que sentí cierta ternura por el animalito, porque inmediatamente
pensé que debía ser familiar muy cercano de Firmin* y por lo tanto muy cercano
a mí, lo que no sé si por lo de “alimaña urbana” o por lo de bibliófaga.
Subí al
primer autobús que paso por mi lado, saqué mi abono transporte a la vez que mi
libro y continuará o no.
* Libro de Sam Savage.