La página en blanco…
Estaba invocando a las musas, esas que en la
ya, lejana infancia creía que eran dos hermanas. Estas unas veces llevaban manguitos de oficinista, otras
ataviadas con batas de guatine, pañuelo a la cabeza (estilo negra zumbona) bayetas y plumeros, estos últimos no de
escribidor sino de cambiar el polvo de sitio.
Decía que en mi imaginación siempre las veía
así, supongo que por los comentarios que oía y leía del tipo: No he podido escribir
nada, tengo la cabeza hecha un lió, haber si aparecen las musas y ponen un poco
de orden.
Cuando
crecí un poco llegue a pensar, que si viviera cerca del metro de las musas,
acudirían a mi más a menudo.
Hecha estas aclaraciones y viendo que las”
asistentes sociales” no daban señales de vida.
Me dije: tira de recuerdos infantiles, seguro que por ahí puedes
sacar algo para el blog.
Pues no, si hubiera
tenido muchos hermanos, tendría algo que contar aunque fuera de ellos. Llegue a
imaginarme con ocho hermanos, alguno de ellos sería artista o artesano,
científico, viajero o habría hecho alguna proeza o no, pero la vida cotidiana
con tanta gente tiene que dar para escribir algo.
El ser hija única tiene esa desventaja, te limita mucho los temas.
Buscando la inspiración
y ensuciar el folio que seguía impoluto (y vaya si lo ensucie) mate a mis
padres. Una niña huérfana en un internado, al estilo Dickens, da mucho juego.
Lo descarte, muy manido, demasiado fantasioso y un poco morboso.
El paso por la
universidad a muchos escritores les ha servido de inspiración, bien por sus
compañeros, bien por alguna eminencia con la que se toparon, tampoco fue mi
caso.
La experiencia
laboral, carente de experiencias dignas de contarse.
Pues aquí está, esta página en blanco, veremos si a las musas las renuevan el contrato y se dan una vuelta por mi casa,
que me están haciendo mucha falta.