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martes, 26 de noviembre de 2019

Jueves de 2019


Sucedió,  me sucedió  un día, una noche para ser más exacta y acotar mejor en el tiempo los recuerdos, entre el año 1984 al 1988, el año exacto no lo recuerdo; pero si que era jueves, y me acuerdo,  porque;  Todos los jueves acudía – en el centro de Madrid- a una asociación a la que pertenecía,  proyectaban una película, el cine forum de toda la vida, o una  conferencia o cualquier otro acto de índole cultural, acabado el acto un grupo reducido de amigos, alargábamos la velada e  íbamos a cenar.
 A finales del año 83 traslade mi domicilio a Móstoles, abandonando mi barrio de toda la vida -San Blas- pero continuaba trabajando  y haciendo mi vida social en Madrid.
El transporte público durante el día funcionaba más o menos  bien, de una localidad a la otra,  pero a partir de las once o doce de la noche, lo único que funcionaba creo recordar  cada hora era  la camioneta*  La Blasa” eso sí, solo hasta el centro de Móstoles.
Yo me había traslado de la periferia de Madrid a la periferia de Móstoles, con lo que los jueves, si  se  alargaba la velada, debía buscarme acomodo en Madrid, ya que el descampado* que debía cruzar desde donde me dejaba “la Blasa” a mi domicilio, como buen descampado era largo y oscuro,  no voy a contar el yuyu que me daba.
Ya me estoy acercando, al desenlace, tranquilos seguir leyendo.
Mis amigos Pedro y Marisa habían establecido su domicilio conyugal a pocas calles de lo que había sido mi casa  de toda la vida, en San Blas, y muy cerca de la salida del metro, por lo que muchos jueves, me preparaban en su nido, una cama nido* y me daban como a mi me gustaba decir “asilo político”.
Ya, lo cuento:  jueves alrededor de las once de la noche más o menos, salgo del metro, junto con un grupo reducido de personas, detrás de mi camina un hombre,  me pongo un poco nerviosa,  intento tranquilizarme, pensando que cuando llegue a la esquina él  tomará una dirección distinta a la mía, craso error,  al doblar la esquina sigo oyendo sus pisadas tras de mi, acelero el paso a la vez que mi cabeza, pensando que mucha  gente vive  en la misma dirección a la que me dirijo, y que deberé asustarme si el tipo entra a la misma calle a la que yo voy; claro que me asuste, no solo se metió por la misma calle sino que entro tras de mi en el portal, yo aguante sin echar a correr ni gritar hasta la primera planta,  a partir de ahí todo fueron carreras y  alaridos, cual Vilma en los picapiedras ¡PEDROOO! hasta llegar a la cuarto piso y aporrear la puerta, cual Pedro en la famosa serie. 
 Creo que no  tardarón  más de dos segundos en abrirla y contemplar mi rostro de cera.
Aclaraciones: el tipo en cuestión era un vecino como -me explicaron  mis amigos- que vivía en el segundo piso y que era un poco raro, pero  ni violador,  ni  delincuente, ni  nada parecido.
Moraleja o reflexiones:  Después de  tantos años en los que  han desaparecido las camionetas, los descampados, las camas nido, ¿Cómo es posible?  que sigamos teniendo miedo cuando caminamos solas por la noche y  escuchamos pasos de hombre tras nosotras.
Todavía  falta  dar los pasos en la dirección correcta,  para que el cincuenta y cinco por ciento de la población pueda caminar sin miedo.
* Palabras en desuso.

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