En la azotea de la cotilla del
ático se habían instalado desde hacía meses las palomas.
El zureo matutino que le
despertaba, hacía que se levantará de un
humor de perros, (por seguir con un símil animal) además del ruido, le
molestaba sobremanera que hubiera algo por encima de ella. Según transcurría el
día, iba decreciendo su humor canino y
creciendo el instinto de sabueso que
llevaba dentro.
¿Cómo acabar? con esas” ratas con alas”.
Su primer impulso fue: subir al
solano y sembrar veneno, bueno, el primero en realidad fue coger una escopeta y
liarse a tiros.
Descartado uno y otro por razones obvias; no
tenía escopeta, ni tampoco veneno, además esto podría acabar con otras aves que le resultaban
también odiosas - esto último siempre lo negara en público- estaban protegidas, y podría buscarse un lío.
Ahora toca un paréntesis: (¿que clase de
porquerías comían las cigüeñas? para dejar esas plastas que más parecían
chapapote que posible abono.
Así que tomo la única decisión que
le quedaba: que fallecieran de inanición, en lenguaje llano “que murieran de
hambre”.
Cortar el suministro de alimentos
a las palomas, conllevaba un tarea de investigación arduo pero en el que ya tenía
bastante avanzado los trabajos de campo,
por algo era “la cotilla del ático.
Semanas de observación, le permitieron
descubrir la identidad de los individuos
que dejaban colgadas las bolsas con pan, en el exterior de los cubos de basura. Algo más le costo
averiguar la filiación de quien retiraba las viandas y bastante pesquisas, el sorprendente
e inaudito trapichoneo que tenían
montado.
Continuará…
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